12.1.07

Contracción de Verano


Conversación con Absinthe/Absenta/Ausencia/Amargura

Observaciones sobre los [primeros] cuatro números de Revista Absinthe

/ Pablo Fuentes C.


Revista Absinthe ha fallado. Ha fallado en inscribirse. Ha fallado en la construcción de un cuerpo discursivo de proyectada coherencia. La pretendida coherencia de un texto inscriptivo. Revista Absinthe se des-inscribe, des-aparece, como un revelado sobreexpuesto, o el negativo de un black-out.

Revista Absinthe también ha fallado. En contra de las escuelas, en contra de las librerías, a favor de los quioscos, de los bares, de los invitados accidentales y no accidentales, a favor del mano a mano, de los baños, de los bolsos, a favor de la suerte, en contra de la visibilidad, en contra del futuro. Este fallo ha sido también su falla. ¿Es Revista Absinthe una Revista?, sin distribución, abandonada a la existencia efímera del lanzamiento, al silencio secreto, al secreto silencio que se sufre durante cada tregua. Revista Absinthe no es una Revista, es una evidencia. Un Documento de Evidencia.

Evidencia Absinthe es un documento de sintomatología, la de un enfermo de amor, de historia, de vínculo. Un enfermo de comunicación que solo escucha su mal, y lo comunica. El trabajo de Absinthe es un trabajo de pugna y caos, de purga y revoltura. Un llamado a des-aparecer. En la penumbra del escondite. En la transparencia del transeúnte anónimo que se deshace en su cama. En la densidad del tejido de la chaqueta del joven que absorbe la luz del lugar mientras se hace la cola de un banco. Su quietud resuena en la enfierradura del edificio.

Síntoma Absinthe es un destilado de memorias abandonadas, desaparecidas, ignoradas tras la cortina de humo del escenario cultural. Lo obvio en la repetición de los canones, la persecución de un sonido reconocible, en lo auténtico de la voz cuando esta se deja oír amplificada por las paredes del pozo de las antologías. Es el reconocimiento del sudor de las rocas y del rocío de la mañana que quita la sed y mantiene el pulso de la vida. A la espera de un transeúnte desconocido igual de transparente que ojalá (no) fuera un grande de esos de la literatura o un santa claus editorial o un galán literario con un pie en la narrativa concreta y otro en la metafísica del lenguaje. Un caminante desconocido que, peinando el eriazo, pase cerca del hoyo.

Sintomatología de la Amargura que aún nos obliga a crear bajo fusta. Apología de nuestra propia falta de presencia en presencia. Algo comienza a respirar sin nuestra ayuda, una escena vacía de personas y medio llena de público. Un público inexperto denuncia la presencia de personas. Síntoma de nuestra vida pública más acá de las reuniones masivas y las ferias del lenguaje. En nuestra propia intimidad nos vestimos como para ir a firmar contrato de trabajo en un supermercado.

Escena Absinthe. Si hablamos dando la espalda a la escena, con qué nos encontramos, con un espacio medio vacío medio lleno. Nos encontramos con personas despersonalizadas al mirar hacia la escena, convertidas en público. Esperando una escena. Aquella a la que nosotros damos la espalda. Si miramos a la escena, damos la espalda al público, nos volvemos por un segundo personas e instantáneamente somos despersonalizados por nuestras espaldas, buscando una escena, mirando hacia la escena, así nadie se ve. Como en una fiesta con videoclips. La secuencia proyectada tras nosotros es la escena, y nosotros nos perdemos en ella como texturas anamórficas. El muro acalorado de luces y sombras dice más que nosotros.

Escena Amargura. Crear en la amargura. Única forma de justificar el abandono de la vida y las enajenaciones aceptadas como Futuro. Vivimos, comemos, respiramos, eyaculamos frustraciones sublimadas a la fuerza, retenemos el mal que nos rompe el estómago. Lo retenemos en letras atragantadas de sueños. Hijos de la Dictadura segunda generación, aprendimos a comernos las ganas y a caminar bajo el sol. A esperar la mayoría de edad. A seguir vivos aún cuando nazcan nuevos niños. A no querer irnos, insistimos en quedarnos. La luz reflejada en el asfalto nos quema la retina. Hace ese calor seco de Santiago que nos chupa el agua de nuestras reservas vitales. Más acá de nosotros, alimentados de mentiras, somos el síntoma: Las cosas aún no se arreglan. El sol de Santiago es ese sol seco de los 2000, sol de sequía, sol del agotamiento de una época, nosotros, el síntoma del cometa de la Amargura, agarrados del umbral de los tiempos para que nos ayude a cruzar al otro lado, colgados de la pandereta del lado de la memoria aplastada, reprimida por tristes costumbres que ahora queman las plantas de nuestros pies sacándonos divisas, deudas, cálculos, cánceres. Bien lo supo Bolaño con no acercarse demasiado a estas tierras amadas y abominadas sin razón. Las amadas perdidas tras el derrumbe interminable.

Que todo esto se acabe y sigamos.

Porque:

Nosotros damos explicaciones

Nosotros hacemos apologías

Nosotros cometemos errores

Nosotros nos refutamos los unos a los otros

Nosotros aún creemos en nosotros

Nuestras verdades son animales salvajes

Nuestros orgullos nos arrastran por el desierto

Nuestros cuerpos son montañas agujereadas por pirquineros

Nuestras miradas son sepulturas exhumadas

Nuestro espejo es una ventana a la calle.

Este espejo.




Imágenes: Fischli & Weiss, Wurstserie, 1979.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la profecia del cuarto numero ,se a cumpido

diablos