
A ella…
Tus ojos azules brillaban a través del sonido vivo de los signos católicos en su luto tremendo clavado al corazón de la ciudad de Santiago; entonces tu actitud de pelo al viento era necesaria; alfombra desplegada como velamen a través del vacío con cara de calle Ahumada…
Dijiste “ Necesito cambiar el cheque, yo prendo la fogata del asado “… Asado en el país de los peces ahogados, de escamas negras de lentes oscuros, de alas como vapor … son cosas simples, un hombre de garganta ardiente y sienes zumbantes, con mujer de luna y mar, de frío y blanda maravilla de cosa simple y misteriosa, temblando con su brillo de zancada desesperada…
Así la calle Mapocho fue el espacio despoblado, solo nosotros haciendo fotografías para la memoria personal perdida como una joven muerta a la siguiente hora. Nuestros pasos, caballos de ebriedad dulce nos hicieron flotar sobre lágrimas de catedrales, compartir el bar lleno de peruanos y reírnos porque no había plata, esperando al amigo mientras seducías al Dios de luto, al dueño del bar, a los parroquianos acorralados bramando en su soledad terrible como la nuestra… tratando de ser una canción de ceniza nocturna…
“ Qué te dijo tu Dios “ preguntaste detrás de tu pelo estremecido al viento como largas e individuales algas calientes y amarillas; hilos desordenados frente a mi idolatría en oración frente a ese hombre dramático que en la cruz demostraba revolución absoluta, roja emancipación de armadura amorosa sobre la ecuación de pechos y razones duras…
No importó la respuesta porque éramos dos espíritus de metal adentro de la calle, entre televisores y rancheras… ni siquiera supimos nuestros nombres adentro del espacio en el fugaz tiempo de viernes santo, uno creyendo, la otra bailando, abriendo su blusa de blanco pecho para que no nos echaran y pudiéramos esperar al amigo como barco atracando en nuestro puerto de ebrio corazón, lengua de carcajada e infantil juego de sexo sin sexo…
LANCELOT LHIN