DEFENSA DISPARADA DESDE EL INTERIOR DEL BOSQUE
Pongámonos la mano en el corazón (o en la rodilla, dependiendo). Revista Absinthe ha dirigido sus pasos prácticamente desde su nacimiento por el Tránsito de Saturno, el cual se ha de superar estoica y sabiamente, si no se quiere terminar estrangulado por los hilos de las Parcas. Desde el comienzo la revista ha hecho gala excelsa a su nombre: más por su dinámica interna de equipo humano que por su cara visible de impreso pulcro y humilde, pues más de alguna vez vimos transformadas las reuniones de pauta en un pandemonium de egos, subjetividades, delirios y surrealismos de bacanal (regados casi hasta el ahogo). Hemos visto como elaboramos un proyecto que no ha estado exento de penurias y confusiones, aunque también de satisfacciones, bríos y esperanza. Absinthe. Ya quisiera Erasmo de Rótterdam estar en alguna reunión Absinthe, pues siempre sabemos donde empezamos, nunca donde rayos termina el asunto. La revista (pues sí es revista en lo estricto de la acepción) es un hijo mal cuidado, medio cochino, medio desnutrido. Me produce una pena horrible el comentar esto, pero si soy sincero no puedo sesgar la idea a medio camino. Si, medio cochino, pero de una lucidez abismante y monstruosa, el hijo silencioso frente a la pantalla del televisor y que de repente te echa encima una mirada de reojo, esperando a que reacciones. Acaso pide comida, una palabra o algún movimiento en especial. Si, creo que es eso. Este hijo pide que lo saquemos a pasear. Y no. Lo que hacemos es más cómodo. Le compramos una cassata y lo dejamos viendo alguna película. Mientras nos devanamos los sesos pensando en cómo podemos hacer de este niño un ser humano mejor y provechoso a la sociedad. Si es que.
Absinthe-hijo: ¿Papá? ¿por qué me dejas solo en casa si lo que quiero es acompañarte a pasear? ¿por qué no dejas que te ayude? ¿me porté mal?
Absinthe-papá: No, si no se trata de eso. Es que estamos en conversaciones con kioscos, librerías y bares. Imagínate cuánto te aburrirías si nos acompañas. También estamos viendo lo del próximo lanzamiento y lo de los ciclos de cine.
Absinthe-hijo: ¡Pero si yo te puedo ayudar con todo eso! ¡tengo buenas ideas, en serio!
Absinthe-papá: No, no te preocupes. Si ya tenemos casi todo arreglado. Es cosa de afinar un par de detalles nada más.
Absinthe-hijo: Es que me aburro en casa… y a veces me da miedo. Te demoras mucho en volver cuando sales. Ya he visto la misma película un millón de veces. Te juro que no te voy a molestar. Porfa, déjame acompañarte…
Absinthe-papá: Para la próxima vez me puedes acompañar. Te lo prometo.
Y ahí lo dejamos. En el living de la casa, frente al televisor, con las cortinas a medio correr. Medio aullando, medio llorando.
Es sano e iluminador el realizar de cuando en cuando un mea culpa. Poner de manifiesto las responsabilidades individuales. Nuestras disfunciones como entes trabajadores o partícipes de un proyecto corresponden a una serie de factores que más apelan a la vivencia individual de cada uno de nosotros que a la realidad colectiva y por ende síntoma de una sociedad y su historia (aunque no deja de incidir de modo insistente). Asumir culpas nos eleva pues reconocemos en nosotros y el resto la posibilidad de enmendar. Y ese es hoy el desafío, el reorganizar a Absinthe, oxigenarla, sacarla a pasear y limpiar de su cara la expresión taciturna de abandono, limpiar las lágrimas que ya asomaban. Nadie dijo que fuera fácil, pero ¿quién demonios dijo que traer hijos al mundo fuera sencillo? ¿alguna vez pensamos que sería tarea fácil verlo crecer? ¡No y mil veces no! Enmendemos.
El fenómeno Absinthe siempre ha sido, es y será. Esto es mucho más simple que colocar una palabra de más o menos en un texto: es mucho más simple que escoger la foto que acompañará a determinada poesía o cuento, es el hecho de reunirse con los amigos a compartir. Y ser. Reunirse a dialogar con tus compañeros y con el corazón en las manos caminar, aunque la vida pueda ser enrevesada, aunque veamos cegada la razón, aunque tengamos que presenciar la caída y desaparición de todos los nuestros. Porque en su máxima y rabiosa expresión, la vida es así, bella. Bella y cruel. Y no la cambio por nada.
Comencemos. La vida está ahí, y llegó para quedarse.
Jaime Quezada Ortega