6.3.06

05/03/06



















05/03/06_EL DERRUMBE DE LA UTOPÍA

La llamas recalientan el metal, el personal ya ha sido evacuado hace horas y los peatones y la prensa se acumulan ordenadamente en las veredas aledañas de la Av. Alameda cuando la megaestructura de acero del edificio del actual centro de convenciones del Ministerio de Defensa, cede sin riesgo para sus ocupantes, derrumbándose solo una parte de la estructura y así resguardando la seguridad del resto del edificio. La imagen es espectacular, no talvez a la escala de un WTC, pero ante lo que significa este elefante edilicio para la historia de nuestro País, si lo es. Momento de sentido para muchos, unos respiran con alivio ante la caída de lo que durante los 80 y los 90 se calificó ignorantemente como “arquitectura fea”, y “aberración urbana”, producto principalmente de sus asociaciones simbólicas con el poder militar de la Dictadura, otros suspiran y se lamentan por la injusta desaparición de un emblemático monumento institucional representativo del glorioso pasado chileno, aquel que vislumbró el proyecto moderno en toda su posibilidad. Un edificio que producto de su violento destino, no ha tenido ni tendrá la reivindicación histórica que se merece.

El ahora infamemente conocido como edificio Diego Portales tuvo un breve pero glorioso pasado. Construido en 1972 para albergar la tercera conferencia de la Comisión de las Naciones Unidas para el Desarrollo de América Latina, UNCTAD III, constituyó la gran obra de arquitectura moderna institucional del gobierno socialista de la Unidad Popular, con la cual, el gobierno de Salvador Allende demostraba la viabilidad de un proyecto socialista elegido democráticamente, frente a las altas exigencias económicas y técnicas del nuevo sistema económico mundial. Levantada su estructura principal en 100 días, el edificio de convenciones de la UNCTAD III, se llamó originalmente edificio Gabriela Mistral y pasaría a albergar luego las oficinas de un futuro ministerio de cultura; la planificación de su construcción significó para la comunidad profesional un inmenso proyecto cultural que buscó integrar las disciplinas de la construcción, la arquitectura y las artes visuales, en un programa de cooperación e integración mutua. Para esto se proyectaron obras originales de los principales artistas modernos nacionales de la época, adecuadas a los formatos determinados por la estructura del edificio, que además esperaba por la llegada de una colección de obras donadas por los más renombrados artistas internacionales. El proyecto de la UNCTAD III representó los más altos valores del pensamiento y la planificación moderna y demostró que nuestro País se encontraba a la altura de los tiempos que se vivían y dispuesto a continuar la difícil pero orgullosa empresa de lograr un modelo de modernidad sustentable y sin contradicciones sociales. Los ideales humanistas y progresistas se encontraban reunidos en este proyecto enteramente Chileno, que ante todo llenó al País de luces y esperanzas de una vida urbana armónica entre Población, Estado y Comunidad Internacional. El edificio Gabriela Mistral fue concebido para ser el edificio del Pueblo y de las Naciones. Es la única megaestructura auténticamente utópica que nuestro País fue y ha sido capaz de levantar en nombre de los ideales modernos de progreso e igualdad ante un mundo en acelerado desarrollo de las desigualdades.

Todos sabemos que esta historia no se realizó. Todos crecimos pasando al frente de un gigantesco e inexplicable edificio gris, de absurdas proporciones, inaccesible y hostil, cerrado a todos y a todo, detrás del cual se escondía la infamia organizada y así estaba bien. Pues tal tristeza solo podía habitar en un monstruo de tales características, nuestra propia Estrella de la Muerte, nuestro propio Castillo de Krull, en la mitad de nuestro propio Santiago de Chile, vigilándolo todo sin mirar a nadie, diciéndonos que la muerte aún reinaba nuestras tierras y nuestros cuerpos. Detrás de aquellos rincones oscuros se encontraban vistosos vitrales y modernas obras de arte que, cuando no desaparecidas y desmanteladas, yacen cubiertas de un espeso polvo gris; detrás de aquellas rejas se extendían suelos pensados para ser caminados e inventados día a día por los habitantes de la ciudad, rincones para ser colonizados por historias de amor y por conspiraciones a favor de la inspiración y la amistad. Todo ese polvo pegado a nuestra historia es el futuro que nos fue negado a cambio de olvidarnos de lo que esperábamos de nosotros, a cambio de vivir nuestro presente con los ojos puestos en el afuera de los otros y no en el adentro que nos pertenece a todos.

En lenta recuperación y paciente espera, el edificio Gabriela Mistral aguardaba por devolvernos la dignidad cultural. Víctima y ejemplo de la violabilidad simbólica de las instituciones y de sus monumentos, nos demuestra que tan intercambiables son las imágenes de lo bueno y lo malo para una sociedad que se halla bajo control y en aparente libertad, que la memoria de una nación no se sostiene bajo presión más de 15 años y que luego se presta a la más absoluta reprogramación de las necesidades y las expectativas. Así se cumple un ciclo casi perfecto de transformación estructural de nuestra sociedad llevado a cabo por la clase política en su totalidad, a partir de los días de la crisis de la Unidad Popular y que casi sin discontinuidades nos hace creer que vivimos en una realidad distinta de hace 15 años, que la dictadura fue algo muy diferente de la actual democracia y que todo indica que, votando por nuestros políticos y por nuestros empresarios nuestras vidas estarán en buenas manos, con trabajo y sueldos, con flexibilidad laboral y previsión social, y que juntos, levantándonos cada mañana sin pensar en nuestro porvenir y siendo ante todo respetuosos de nuestros patrones, avanzaremos hacia un mejor País.

Y así como se derriten nuestras posibilidades de confiar en un país organizado entre sus estratos sociales, políticos y simbólicos, inexplicablemente surgen llamas del subsuelo que antiguamente albergó un casino abierto a toda la ciudadanía, tranquilamente ascienden por el gran salón de conferencias hasta la solemne estructura de la techumbre que cubre y enmarca las distintas salas del complejo y derriten el acero de nuestro edificio Gabriela Mistral, a días del cambio de mando que cerrará exitosamente la larga y complicada ingeniería política de la Concertación y dará paso a lo que será el encandilante resplandecer del nuevo modelo económico norteamericano, corregido y perfeccionado por la elite de los suches de la economía mundial, aquí en nuestro mismo Chile, y con aroma a proyecto social.


Pablo Fuentes Cárdenas


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