22.6.07

Angelus Novus



9


Tengo las alas prontas para alzarme,
Con gusto vuelvo atrás,
Porque de seguir siendo tiempo vivo,
Tendría poca suerte.

Gerhard Scholem: Gruss vom Angelus.



Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.



Walter Benjamin, Tesis de Filosofía de la Historia, 1955


12.6.07

El arido proceso de deshacerse de lo imposible

Demasiado despierto, un arrabal de sombras me indica que nada ha estado bien jamás, nunca ha habido buenos tiempos ni pasado. Caminé de ida y vuelta por la calle, crucé veredas y volví con los bolsillos llenos de papeles, el hallazgo me perturbó, más aún cuando todos, todos eran solo boletas. Guardé uno por largo tiempo esperando se me revelara el secreto de su número. Sí, anoté números sin nombre y esperé que gritaran mi palabra. La más visible de mis palabras: no está, no sé donde esta, no sé de él más que no sé donde está.

Y el dealer no llegó. La espera me dejó desnudo de costado al espejo, observando lados y fugas, leyendo que es la práctica más similar a la espera llena, la espera que no espera. Cuando leo siento que la muerte ya no es un desierto florido. Amaba las flores, ya no. Ahora mientras leo siento la mentira corriendo por mi espalda de vuelta hacia el hoyo del culo como parásito nocturno que sale de mi cuerpo para recorrer mi piel cual tierra hueca inexplorada y privatizada. Mientras escribo que leo brilla la falacia patética de mis deseos de vuelta a los interiores y abro la puerta entro al café –un lugar genérico- busco un rostro y es la sonrisa neutra de la mesera –la mujer en el café resulta ser ella, el lugar genérico, no una mujer sentada en una mesa- la que no evita que la separe de las cosas y de mí y caigo en la certeza, al atravesar su mirada, de que no me ha visto. A punto de ser él me obligo a pedir algo, a pagarlo, a preguntarle (si no nota algo extraño). Obviamente no me responde: al momento de hacerle la pregunta se halla en la caja. De cerca su rostro no me produce nada, como un orgasmo ligero, repentino, sin aviso del cuerpo. Su mano aparece bajo mi vista trayendo el vuelto. Levanto la cabeza, me mira molesta, está ofendida. Su gesto me ha hecho sentir mal. Acaso leyó mi mente, descubrió mis omisiones, adivinó mi trastorno? Su mirada también me perdona. Estoy petrificado, cuanto tiempo ha pasado?

Lo nuestro, dice.

Voy caminando a dos cuadras del café, intento recordar como llegué aquí. Para recordar camino. Eso quiere decir que llevo dos cuadras recordando, al menos haciendo el esfuerzo. Recordando qué! Debo volver. Pésima decisión.

Si, conversamos.

No, no me conocía. Hace años guardo una solución pragmática a esta paradoja, todos somos desconocidos al instante de conocernos, así que no había mayor obstáculo para ese momento. Algo en su mirada la hizo parecer que no me vio, que estaba perdida en otra cosa por la cual debió enfocar su visión unos diez a doce centímetros más allá de mi rostro, como si mirara al interior de mi masa encefálica, y justo en ese momento gira y observa por detrás el molde negativo de mi cara. La certeza no existe pensé, qué es la certeza. Tuve un sueño en el instante. Observar personas desde su dentro. La separación de los ojos, la desviación anamórfica de su rostro, algo corta la tensión asociativa de la memoria sensata y hace que se enrosque en el olvido.

Acordamos que no habíamos llevado un dialogo de palabras, concientes de que estábamos haciendo un mal arreglo, nos reímos. Antes de llegar al café sentí lo absoluto de la situación y un bloque de aire me detuvo la respiración. No era pertinente resolver nuestro desencuentro. Todo estaba hecho. Mas adelante, mucho más adelante me dirá que siempre lo recordó como un momento de suma importancia en su vida, no sabe porqué. El momento en que. Hago recuento y tampoco logro hilar el sentido de tal acontecimiento en mí si bien prácticamente he olvidado la totalidad de mis recuerdos. Cómo se que los he olvidado? Porque recuerdo esa tarde, como si la estuviera escribiendo por primera vez.

Recuerdo me hizo el amor. Estoy seguro. También follamos. Mucho. Pero no esa tarde. Nada ocurrió esa tarde. Nada es mi mujer ahora -la mujer sentada en la mesa-.

A Recuerdo solo la recuerdo y evito hacerlo pues me impide trabajar. Me duelen los ojos y cuando me duelen los ojos es ella y entre ternura y rencor la responsabilizo de mi mal. Recuerdo, como Consuelo o Amparo o Soledad. Cuando escribo atraviesa mi mirada sobre las cosas directo al punto de dolor en los ojos y debo detener el antiguo oficio. Me dicen que somatizo. No lo entiendo así. Es más bien… una des-proporción, un des-propósito, un des-efecto. En resumen un des.

Jamás he ahondado en mis explicaciones más allá de este punto.