Qué trabajo éste, cerrar los ojos, no, entrecerrarlos, sin dejarse llevar por el sueño, agarrarse fuerte del tronco de la vigilia y dejar que la máquina de escribir sacuda hasta el descalabre las teclas de la desmemoria y sin dejar evidencia ni documento ni legado alguno, hacer trabajar a la “intelligentsia” neuronal que parece una tropa de obreros explotados sin aliento, superados por la planificación inhumana sólamente justificada por el “proyecto país” de una triste tropa de humanistas vestidos de traje y corbata, cargados de tarjetas de crédito, que es el pensamiento, con un bustito de beethoven al lado de la cama y una luma al lado de la bicicleta, miserables entidades formateadas por patéticos discursos, aludiendo sentimiento desgarrado para anclar en las lágrimas de la audiencia su inconsistente más bien egoísta y erotómano impulso de trascendencia espiritual, revolucionaria o fascista, o todo junto, depende el sujeto.
Se odia el pensamiento por inconcluso, se sale a la calle a luchar por volver a la casa a continuar odiando el pensamiento por ineficaz y soberbiamente contradictoriamente irreal, se vuelve a la casa a pensar qué hacer por la Acción, que por sí sola no se las vale, no sin la previa observación de unos hechos, ante todo ambiguos hechos sin observación alguna ni lectura alguna que no los sustraiga a un observador, ese que cree ver el mundo bajo sus pies o sobre su cabeza o atravesado en su garganta o convertido en carbolineo dentro de sus pulmones o derechamente lejos y en contra de todo por lo que cree que le deben respeto y soberanía.
Entonces este pensamiento: una noche escuché a un amigo comentar que un niño había escrito un texto que no demostraba sentido de continuidad, éste era pues, un niño distraído. Noté algo de incontinente distinción en sus palabras. Tambien de marginación, pulsión que él hubiese querido abolir de forma consciente. El niño distraído no cumplía con las normas del pensamiento escrito. El niño distraído había formateado su sentido narrativo en función del control remoto de la tv, por eso escribía sin sentido de continuidad. Así le pareció a mi amigo. Un pensamiento no lineal es entonces un pensamiento desestructurado por la cultura de masas. De alguna manera, un pensamiento "no válido". Pues el sentido del pensamiento es narrativo y lineal, así al menos del pensamiento que pretende llegar a una idea compuesta bajo los principios de la educación ilustrada. Es decir bajo los principios de una educacion tecnologizada, aplicada a la concienzuda construcción del sentido común técnico, base del trabajo asalariado transformado hoy por hoy en flexibilidad laboral. El pensamiento que busca la libertad la encontrará a costa de ser un pensamiento asalariado. Pensamiento liberado dentro de los limites del patio de la casa, del colegio, de la empresa, de la universidad, de la red, de la red de bares, la red de contactos, la red de blogs.
Qué hay del pensamiento histórico, igual de técnico, igual de ilustrado, pero dialéctico, negativo, necesariamente observante, virtual. Qué hay entonces del pensamiento poético, que piensa su estructura hasta quebrarla, pero que no olvida. Qué hay entonces del pensamiento de los niños que hoy se comunican por la red, que no es un pensamiento desestructurado pero si un pensamiento no lineal, rizomático, ciertamente explosivo, mezclado como la polvora casera hecha por los aparentemente descontrolados más bien controlados contenidos de internet. Pensemos un pensamiento histórico, poético, rizomático, concreto, explosivo, implosivo, no erudito, un pensamiento aparentemente engañado pero desengañado, un pensamiento atrapado bajo cinco paredes, o dentro del suelo articulado del transantiago, un pensamiento de bar que recuerda a la mañana suguiente, un pensamiento de pasillo que rompe los vidrios y no mira dentro de los pantalones, un pensamiento de supermercado abandonado, de noticiero vacío. Contemos con que detrás de las pantallas está el papel.
zapatos cayendo por la borda, me distraigo, y dejo de escribir.
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